domingo, 1 de noviembre de 2009

Beethoven por Wgner III



"¡Un músico sordo! -¿Es posible imaginar un pintor ciego? Mas sabemos quién es ese vidente que de pronto ha quedado ciego -se trata de Tiresias, para quien se ha velado el mundo de las apariencias y que, a cambio, percibe ahora con su mirada interior el fundamento de toda apariencia-. A él se parece ahora el músico que ha quedado sordo: ajeno ya a los fastidiosos ruidos de la vida, no oye sino sus armonías interiores, y desde lo más profundo de su alma aún se dirige a ese mundo, que para él permanece sumido en el silencio. De este modo el genio, liberado del no yo, se concentra -y se limita a su yo-. Y para quien mirase a Beethoven con los ojos de Tiresias, ¡qué milagro!, ¡que revelación! ¡Un mundo, viviendo entre los hombres! ¡El mundo en sí dentro de un hombre que vive!.
Desde ese momento, la visión del músico quedó iluminada por su alma. Proyectaba su mirada sobre las apariencias que, bañadas con su luz interior, se reflejaban, como por un prodigio, en su ser interior. Ahora únicamente contempla la esencia de las cosas, que las engalana con el resplandor sereno de la belleza. Ahora sabe lo que es el bosque, el riachuelo, la pradera, el cielo azul, la muchedumbre alegre, la pareja de enamorados, el canto de las aves, el discurrir de las nubes, el estallido de la tormenta, la dulce voluptuosidad de la quietud que renace. Entonces todo lo que ve el artista, todo lo que crea, está impregnado de esa maravillosa serenidad que se convierte, gracias a él, en el elemento propio de la música. Incluso el lamento, origen de todos los sonidos, se exhala con una sonrisa: el mundo ha recobrado su inocencia infantil..."Hoy estarás conmigo en el paraíso": -¿quién, al escuchar la Sinfonía Pastoral no se ha sentido muy cerca de esa llamada del redentor?" [...]

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